Miami amaneció con dos frentes de tormenta: en tierra, el recorte y la incertidumbre de los beneficios de SNAP; en el aire, los tijeretazos de la FAA que ya obligan a reducir operaciones en Miami International Airport a las puertas del feriado más movido del año. La mezcla pega en los dos nervios de la ciudad: la mesa de millones de familias y el aeropuerto que sostiene buena parte de la economía local.
En el caso de los bonos de alimentos, el gobierno federal anunció fondos parciales para noviembre tras una orden judicial, pero advirtió que ese dinero no cubrirá a todos ni el 100% del beneficio y que habrá demoras en varios estados. La postal es elocuente: en la semana del pavo, muchos hogares de Miami-Dade se preguntan cuánta ayuda llegará y cuándo. Reuters y AP han detallado cómo la prolongación del cierre de gobierno tensó al máximo el programa, con el USDA apelando a “fondos de contingencia” limitados tras haber avisado que no habría emisión el 1 de noviembre.
En paralelo, la aviación comercial entró en modo contención. La FAA ordenó recortar en torno al 10% la capacidad en 40 aeropuertos de alto volumen, entre ellos MIA, por la escasez de controladores aéreos en pleno shutdown.
El Miami Herald y la alcaldesa Daniella Levine Cava alertaron sobre el impacto directo en la economía local y el turismo. Hasta hace dos semanas, MIA había sorteado lo peor —el propio director, Ralph Cutié, dijo entonces que el aeropuerto “había escapado de impactos” pese al cierre—, pero el pasado domingo marcó un punto de inflexión.
Según Islander News, el sistema aéreo nacional sufrió su jornada más crítica desde que comenzó el shutdown, con más de 2.700 vuelos cancelados y más de 10.000 demoras en todo el país. Miami no quedó fuera del mapa: el Aeropuerto Internacional de Miami registró 88 cancelaciones y 468 retrasos solo el domingo, a los que se sumaron otros 35 vuelos suspendidos y 51 demoras en la mañana del lunes, de acuerdo con el portal especializado FlightAware.
El medio local destacó que MIA figura entre los 40 aeropuertos estadounidenses identificados por la Administración Federal de Aviación (FAA) para aplicar reducciones de capacidad, que arrancaron con un recorte del 4 % y podrían ampliarse si el cierre se prolonga. La medida responde al déficit de personal en el control aéreo, donde miles de empleados trabajan sin recibir salario, forzando ajustes en la frecuencia de despegues y aterrizajes.
El secretario de Transporte, Sean Duffy, advirtió que, de mantenerse el cierre, “los viajes aéreos podrían reducirse a un goteo” justo en la antesala del Thanksgiving, uno de los periodos de mayor movimiento en Estados Unidos.
Islander News subraya que tanto MIA como Fort Lauderdale-Hollywood International Airport enfrentan los mismos problemas, con advertencias de más incertidumbre en los próximos días. La situación amenaza con un “efecto dominó” en todo el sur de Florida: desde los turistas internacionales que llegan por Miami hasta los residentes que planeaban volar a reunirse con sus familias en otras ciudades del país.
El artículo del semanario, que circula en el área metropolitana de Miami, describe un escenario de “capacidad reducida y frustración acumulada”, con aerolíneas operando al límite y viajeros que apenas reciben notificación de cancelación horas antes de despegar. La FAA, por su parte, insiste en que los recortes buscan mantener la seguridad operativa mientras se resuelve la crisis presupuestaria en Washington. Pero en una ciudad donde el aeropuerto es pulmón económico y símbolo de apertura, el mensaje cala con fuerza: ni el aire ni el apetito parecen a salvo de un gobierno en parálisis.
El golpe llega cuando MIA venía embalado. En 2024 rozó los 56 millones de pasajeros, tercer récord anual consecutivo en tráfico y quinto en carga; 61 aerolíneas operan a 195 destinos y, en promedio, 152.800 viajeros cruzan a diario por sus terminales. El aeropuerto es, además, una máquina económica: su impacto total ascendió a 181.4 mil millones de dólares en Florida (41.2 mil millones en ingresos empresariales y más de 311 mil empleos solo en Miami-Dade), cifras que ayudan a explicar por qué cualquier reducción de capacidad duele más aquí que en otros mercados.
El calendario no ayuda. AAA prevé números históricos de movimiento por Thanksgiving y, en Miami, las propias proyecciones apuntan a cerca de 1.9 millones de pasajeros durante la temporada de viaje del feriado, tras el récord de 1.86 millones en 2023. Si las reducciones de la FAA se prolongan, el riesgo de “efecto dominó” en demoras y cancelaciones será alto, justo cuando la ciudad capitaliza su pico de llegadas y consumo.
La alcaldesa ha pedido una “resolución rápida” en Washington y coordinación con aerolíneas y el sector turístico, pero en el corto plazo el consejo es pragmático: verificar estatus de vuelo antes de salir, llegar con más antelación de la habitual y asumir cambios de itinerario.
La fotografía de fondo, sin embargo, es política y económica: un shutdown que ya erosiona la confianza del viajero y la de los beneficiarios de SNAP, mientras el principal motor de conexiones internacionales del sur de Florida pisa el freno por razones ajenas a su demanda. En una ciudad que celebra Thanksgiving con el pavo que muchos compran con sus bonos y con familias que aterrizan desde medio mundo para reunirse, la simultaneidad de ambos recortes —en la mesa y en la pista— explica por qué en Miami el cierre del gobierno se siente como un golpe directo.



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