Desde hace dos semanas, por ley, impera el silencio demoscópico en Chile. No ha habido encuestas, aunque sí distintos debates. Ahí, en foros, mítines y contiendas radiofónicas o televisivas -que ahora también dejan hueco a la reflexión, pues la campaña terminó anoche- suelen darse cita los interesados por la política, no los que por motivos diversos denotan desinterés. Esos son, sin embargo, los que definirán esta elección.
Se da por sentado que habrá una segunda vuelta; que ninguno de los candidatos superará la mitad de los sufragios. En ese sentido, los presidenciables –en particular los que se perfilan como los ganadores- no han arriesgado demasiado.
El objetivo de los candidatos ha sido asegurarse el pase y su estrategia pasa por conquistar a públicos más generales y menos de nicho.
Suele decirse que las elecciones se ganan en el centro, un centro cada vez más desdibujado, y en ese sentido, la campaña no ha estado necesariamente muy polarizada, aunque buena parte de los candidatos provengan de los extremos.
Cuatro candidatos
Aunque las opciones son ocho, realmente sólo cuatro tienen posibilidades. Una candidatura agrupa al progresismo, Unidad por Chile, y las otras tres son de derechas en distintos grados: tradicional, ultra y libertaria.
Lo más probable parece que la candidata de izquierda pase a la siguiente ronda y que compita con una de las opciones conservadoras y de ahí que la batalla a la diestra haya sido reñida. “Son las elecciones más imprevisibles desde que llegó la democracia”, apunta Marco Moreno, Director del Centro Democracia y Opinión Pública.
Jeannete Jara es la representante de la izquierda tras una victoria aplastante en las primarias. Nunca una militante comunista había aspirado a gobernar Chile. La hoz y el martillo le pesan en la mochila a esta mujer que, aunque milita desde los catorce años, está tratando de poner distancia al punto de mostrarse dispuesta a abandonar la formación en caso de ponerse al frente del país para evitar problemas.
Jara se presenta como líder de una coalición amplia, con un perfil socialdemócrata. Le lastra también que se le asocia con la continuidad –ha sido ministra de Trabajo en el actual gobierno.
“Boric cuenta con un respaldo de entorno al 30%. A ella se la observa como representante del oficialismo. Eso deja un 70% de desafectos. Es mucho margen para las formaciones de oposición”, apunta Moreno. Ella trata desmarcarse del actual ejecutivo para salvar el desgaste.
Tercer intento de Kast
En la derecha, no hicieron primarias y viven esta primera vuelta casi como si lo fueran. Al frente de ese bloque, amplio, pero disperso, las encuestas sitúan al ultraconservador José Antonio Kast, que concurre por tercera vez a unas presidenciales.
Kast ha dejado de lado, hasta dejar que se evaporen, los temas de la llamada batalla cultural. No toca los asuntos de género, ni climáticos, ni la limitación del aborto o los derechos LGTBIQ+, como solía. Le costaron caro en los anteriores comicios. Tampoco se refiere con simpatía al régimen anterior.
Ahora se centra en lo que considera una emergencia nacional: la seguridad, la lucha contra la inmigración y la economía. Los asuntos que están centrando la campaña. Se presenta como candidato de orden, con un lenguaje firme pero sin grandes estridencias.
Un antivacunas
Esto es algo que le afea Johannes Kaiser. Un antivacunas que no reniega sino todo lo contrario de la dictadura militar. Nostálgico que defiende la tenencia de armas y la salida de Chile de distintos tratados internacionales. Su liderazgo es más parecido al del libertario Javier Milei en Argentina.
Ambos, Kast y Kaiser, parecen haber sorpasado a la que inicialmente parecía llamada a liderar la derecha. Evelyn Matthei, en el conservadurismo tradicional, no da la sensación de estar rentabilizando su cartel de moderación y en las últimas semanas ha ido perdiendo fuelle.
“Es difícil de prever. Lo que pierde uno lo capitaliza otro. No hay que descartar el factor sorpresa. La elección está abierta”, afirma Moreno, que destaca otro punto importante: además de ganar hay que gobernar y no es tarea fácil con un legislativo tan fragmentado. (El domingo también hay elecciones al Congreso, donde actualmente los 155 diputados pertenecen a 22 formaciones).
Voto obligatorio: la papeleta del Chile que no votaba
Por primera vez en mucho tiempo, en estas presidenciales acudir a las urnas es un deber y además, ya no hay que inscribirse como antaño, sino que el registro es automático. El incumplimiento supone multas. Esto, en un país con una participación estructuralmente baja, en las últimas presidenciales no llegó al 50%, puede cambiarlo todo.
Implica que el número de electores prácticamente se doblará. Si en 2021 consignaron su papeleta siete millones de ciudadanos, se espera que en esta cita lo hagan más de trece millones.
“Creo que más que obligar a votar lo que se necesita son líderes que entusiasmen. Al final te queda el nulo, el blanco o el voto en contra para que alguien no salga”, cuenta Sofía, 30 años, bailarina, a RNE.
Electores infieles
¿Quiénes son esas personas que, por desinterés, por desapego, por desconocimiento o por frustración, optaban por abstenerse? “Son despolitizados (no les preocupa la política), desideologizados (no se mueven en el espectro izquierda-derecha) y son desleales con los partidos, volátiles. Les decimos los votantes infieles y plantean muchas dificultades para hacer predicciones”, remarca Moreno. ¿Cuáles son en este momento sus necesidades, sus preocupaciones, sus urgencias? Esa lectura ha sido el gran desafío de los candidatos en esta campaña.
El número de indecisos, según el Centro de Estudios Públicos, es del 20%. Encontramos a mucha gente dubitativa a tres días de las elecciones.
“A mí no me gusta ninguno, yo creo que al final votaré nulo para expresar mi malestar“, apunta Carlos, de 20 años y estudiante de Ciencia Política.
Voto con rabia
“Analizar el porcentaje de nulo y blanco va a ser muy interesante”, considera la politóloga Claudia Heiss. “El voto hoy es para muchos como un grafiti, un rayado de descontento. Se vota con rabia, sin expectativa de que sirva para algo. A algunos incluso les genera enojo que les fuercen a votar. Eso beneficia a los extremos, a los populismos, a los antisistema”, continúa esta profesora, que fue presidenta de la Asociación de Ciencia Política.
Esos que se van a decantar a última hora de una forma más emocional que racional, según donde les apriete el zapato, pero sin grandes lealtades, son los que van a definir el resultado.
Si como todo apunta, ninguno de los candidatos consigue más de la mitad de los sufragios, los dos más votados competirán por el sillón del Palacio de La Moneda en la segunda vuelta que se celebraría, de ser necesario, el 14 de diciembre.



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