Miami ya no es solo sinónimo de playa, lujo y ritmos latinos. En las dos últimas décadas, la ciudad ha experimentado una transformación arquitectónica que la ha situado entre las grandes capitales del rascacielo. Aunque no rivaliza todavía con los bosques de acero y vidrio de Nueva York o Chicago, la metrópoli del sur de Florida se consolida como la tercera ciudad de Estados Unidos con más rascacielos.
Según datos del portal especializado The Skyscraper Center, Miami ocupa el puesto 29 a nivel mundial en número de edificios de más de 150 metros de altura. En el contexto estadounidense, sin embargo, su expansión vertical resulta más llamativa: se sitúa solo por detrás de Nueva York y Chicago, las dos mecas históricas de la arquitectura moderna.
El fenómeno tiene cifras elocuentes. De los 100 edificios más altos del país, 18 se encuentran en Miami, una proporción que ilustra la magnitud de su boom inmobiliario. Zonas como Brickell, Downtown y Edgewater concentran la mayor parte de estas torres, donde se mezclan oficinas de multinacionales, hoteles de lujo y residencias de alto nivel.
El auge responde a varios factores: el crecimiento económico del sur de Florida, la llegada de capital extranjero, especialmente latinoamericano, y el atractivo de un entorno fiscal y climático que ha seducido tanto a empresas tecnológicas como a fondos de inversión.
Lejos de alcanzar el vértigo de Manhattan o la solidez histórica del skyline de Chicago, Miami encarna una modernidad tropical que redefine su identidad urbana. Sus torres, que se elevan sobre la bahía con un estilo más curvilíneo y luminoso que el de las grandes metrópolis industriales, reflejan también el deseo de una ciudad en busca de su propio lugar en la arquitectura global del siglo XXI.





